Querida Yelahia mía,

Muchas gracias por esas preciosas fotos, ¡qué alegría poder admirar nuevamente tus magníficos pies!
Me encantan la pedicura que has hecho, pero también las arrugas que hay en tus plantas, el color de esas últimas, y sobre todo, tu sonrisa. Esa sonrisa tuya que calienta mis días cuando hace frío y trae el sol cuando está lloviendo.

Relájate, cierra los ojos, pon tus pies en mi rodillas para que regale un masaje y que te cuente este historia:

Me has invitado a tu casa para que pasemos el fin de semana juntos. Llego, y llamo a tu casa.
Me contestas que ya está abierta la puerta y que puedo entrar. Me estás esperando y me ves con un enorme ramo de rosas rojas y blancas, que pongo en un jarrón.
Las hueles, me abrazas largamente y me besas en las mejillas para agradecerme.

Te miro y veo que estás vestida de un jeans, que estás descalza y noto la pedicura y manicura navideñas que hiciste antes de que llegara yo. Me encanta.
Eres cada vez más bella. El tiempo que pasa no tiene ningún efecto en ti. No envejeces sino rejuveneces.
Nos sentamos en tu sofa y charlamos. Te digo que estoy muy contento estar contigo y que podemos pasar el fin de semana juntos, como lo hacemos a menudo.

Luego, te acuestas en el sofa para descansar y pones tus pies en mis rodillas. Me fascina ver tanta pureza y perfección en tus pies. Aunque que ya he jugado con tus pies, sigo estando fascinado. Empiezo a mirarles como si estuviera hipnotizado. Me preguntas lo que estoy mirando, lo que me despierta. Te contesto si puedo jugar con tus pies nuevamente, porque es un honor poder hacerlo. Te pones a reír y me dices que sí, y añades que te encanta cuando juego con ellos.
Me acerco de ellos y empiezo a olerles. No huelen en absoluto. Están fríos, y el único olor que hay es el de la piel. Sigo oliéndolos y también me río porque me encanta eso.
Continúo la sesión con besos, de los dedos al talón, e insisto en los arcos. Son muy sensibles ellos y cada vez que les regalo cosquillas suaves, tus pies se arrugan.
Tras los besos y las pequeñas cosquillas, sigo con un masaje.

Tomo el pie derecho con mucha dulzura y empiezo a calentarlo, lo que te encanta. Has cerrado los ojos para que puedas disfrutar de este masaje al máximo. Hago vaivenes entre los dedos de los pies y el talón, pero insisto mucho en el centro del pie, donde están los nervios. Te gusta mucho, y me dices que estás al paraíso y no quieres que me pare.
Hago lo mismo con el pie izquierdo, y repito las mismas etapas. ¡Es oficial, soy tu masajista personal!

Acabo la sesión con otros besos, mimos y acaricias, como si quisiera yo que durmieras. Te pregunto si te gustó esa sesión, pero no me respondes. Te miro y veo que estás durmiendo, porque tuviste un día difícil, y que este masaje te ayudó a relajar y a olvidar tus problemas.
Tomo una cobija y te cubro con ella para que tengas frío. Te doy un beso en la frente y te dejo dormir.

Vuelta a la realidad. Estoy acariciándote la planta de tus pies con la yema de los dedos y te pregunto si te gustó mi historia. Contestas que sí, y añades que te permite trabajar tu imaginación, pero si pudiera regalarte esos masajes en la vida real, te encantaría. Te agradezco por todas las sesiones que haces y veo que tus ojos están cerrándose. Tomo la cobija que está cerca de ti, te cubro con ella, te beso la frente y voy a dormir en la habitación de invitados, soñar nuevamente de tus pies y poder jugar con ellos durante este fin de semana…