Llevamos en el mismo espacio un par de horas. Lo observo y lo escucho, miro sus pies, su cabello, siento su olor, pero me quedo callada en el silencio honrando con él lo que siento mientras sigo aparentando que no pasa nada en mi interior y compartiendo lo que el momento ofrece: música, cantos, alegría, amistad.

Ya avanzada la noche me despido y Él responde con un: “Buenas noches” en un tono grave acompasado con una dulce caricia a mi cabello y a mi cabeza. Le sonrío con la mirada y me voy a mi casa, a mi habitación ¡Por fin!

Me siento en la cama y cerrando mis ojos procuro recordar su olor, instintivamente mi cuerpo cae sobre ella y mis dedos de los pies van a su encuentro unos de otros dándose las caricias que deseaban sentir de sus manos mientras que las mías se hacen partícipes de mí deseo comenzando a deshacerme de la ropa que llevaba puesta, solo una manta que llegaba a la mitad de mis muslos sin nada más bajo ella y unas sandalias que dejaban casi desnudos mis pies.

La humedad de mi sexo fue la evidencia física de lo que mi alma anhela: Deseos inmensos de fundirme a ese hombre a través de la piel. De que mis pies fueran objetos de sus mimos y su pasión, de su lengua, de sus labios, y de sus manos, y me permitiera recorrerlo con mis pies descalzos sin prisa como si Él fuese un verde césped ansioso de compartir las gotas de rocío que el alba le dejó.

Sigo extasiada en el evocarlo mientras mi pie derecho busca mi boca que es la suya para mi imaginación y empieza a lamer cada dedo, cada espacio entre ellos, a conocer la geografía de mis plantas, su textura, su sabor mientras mis pezones se despiertan deseando con intensidad ser parte del festín.

No me bastan mis manos en reemplazo de las suyas para sostener cada uno de mis pies y aproximarlos a mis labios, para acariciar mis pechos, aprisionar mis pezones con firmeza y a la vez recorrer mi vulva centímetro a centímetro, para hundir mis dedos en ella acariciándola en su profundidad, sintiendo su palpitar, sintiendo la vida que ella alberga en sí misma.

Pero aun así con los limitantes de mi anatomía, instante tras instante pude sentir por primera vez inspirada en ese ser que me cautiva lo que es la inmensidad del todo al expandir mis orgasmos que llegaron uno tras otro como presentes del Dios que me habita a mí y a todos.

Y en un silencio interrumpido solo por el sonido del latir de mi corazón, mojada, plena, y sonriente, disfruto el dormir con Él por primera vez, a pesar de la aparente soledad.

YelahiaG

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